viernes, 16 de octubre de 2009

El Parque y Yo

Alonsa prefiere sentarse para ver pasar la gente desde su banca favorita en el parque de su ciudad que ir al cine con su novio. El parque no es muy grande, tiene dos jardineras cuadradas de unos 25x25m² rodeada por cuatro bancas, una de ellas es su favorita, siendo exactos la que esta frente a la entrada de la iglesia. Ahí es por donde la gente transita más, a menudo ella piensa eso y es esa la razón para tomar un descansando cada día después de trabajar, para investigar por qué pasa la gente por ahí, con excepción de los domingo. De aquí pasamos a lo que hay en medio de las dos jardineras, ahí se encuentra una pequeña fuente que reposa con tres caídas de agua, la fuente no es más grande que Juan el Valedor, el es un niño de unos once años que juega a las canicas contra los niños más pequeños y es el campeón del parque, no se a visto un pulgar tan entrenado como el suyo en los últimos cincuenta años en las cercanías del pueblo. El y sus valedores juegan alrededor de la fuente, cuando llegan los turistas ellos se ponen a aventar sus pocas monedas que reunieron durante su corto tiempo del día fingiendo de este modo que es una fuente de los deseos y los turistas muy poco vividos caen en sus jugarretas y así Juan el Valedor y sus amigos aumentan sus inversiones para comprarle algunos dulces a Don Panchito. El tiene un carrito azul en el que lleva infinidad de dulces,: chicles de todos los colores que al mascar dos o tres puedes hacer bombas y elevarte por el cielo hasta llegar a ver a todos igual que hormigas en busca de comida, tiene a la venta todo tipo de chilitos en polvo: de los que pican poquito y de los que pican mucho, se dice que hubo un niño que en menos de diez minutos comió cinco chilitos de los que pican mucho y murió, otros dicen que es el loco del pueblo que aún sigue ahí platicando con las palomas y a veces se le ha visto volando con ellas. De entre todos los dulces hay uno que llama la atención, Don Panchito lo llama el juglar pasajero, es un dulce que el prepara con una receta familiar que dejaron seis generaciones de el, se le llamaba así porque cuando uno lo prueba no deja de hablar para descubrir su sabor hasta que se terminara el dulce y esa emoción se esfuma. A las seis las campanas de la iglesia suenan cinco veces porque el campanero no sabe contar muy bien, a veces agrega una campanada a las tres o cuatro, la gente ya esta acostumbrada a la falta o sobra de una campanada a la hora que se le quiere marcar, el Padre no ha cambiado a Venancio el campanero porque cuando el lo adopto era un niño de apenas unos seis años, que sus padres lo habían abandonado en una visita al pueblo, ellos eran comerciantes de cazuelas de barro. Ese día ellos no vendieron una sola cazuela y estaba muy cansado su papá como para cargar al niño así que tuvo que elegir entre Venancio o un cazo, la historia ya esta escrita y no se puede echar marcha atrás. Cuando el sol comienza a caer sobre el parque los cuervo y palomas vuelven a los pocos árboles que hay en el la gente se marcha con aquel trinar de las aves, Alonsa espera hasta cierren la peletería eso es antes de las ocho porque a las siete cuarenta y cinco la fuente deja de funcionar y el parque tiene la noche para contar estas historias que hoy yo cuento.